jueves, 11 de junio de 2009

El triciclo


Compañía: Fabularia
Fecha: 10-06-09
Teatro: Caja Duero
Aforo: Lleno

El dichoso ritmo

¿Quién no ha querido volver a ser niño alguna vez, recuperar esos comportamientos alejados del retorcido colmillo de la responsabilidad que crece con el paso del tiempo? La frescura, la vitalidad, los sueños, las expectativas, la ingenuidad…

El triciclo, de Fernando Arrabal, habla de adultos que son niños ingenuos. Ese es el quiz de la cuestión: la ingenuidad, la utopía. Por eso creo que trasladar la acción de este texto al ámbito de la calle, del hip-hop y los grafittis es una muy buena idea de Fabularia. Escuchemos las letras de los cantantes de este tipo de música y observaremos que, aparte de su muy interesante lirismo mezclado con cierta agresividad dialéctica, hay mucha utopía ingenua y necesaria en ellas. Es más, sus letras, reivindicativas, con alto contenido de protesta social y de denuncia y crítica contra el estado o el control policial, le van que ni pintadas a un texto en el que la policía les quiere hacer mucho daño a los protagonistas. Les va porque son de los últimos utópicos.

Otra cosa es que, al introducir al grafitero en mitad de las escenas y cortar los diálogos y las acciones para pintar el nombre de algún personaje o alguna frase importante (hay cierto aspecto cinematográfico en esto), se lastre totalmente el ritmo del montaje, que hace aguas de manera estrepitosa en ese aspecto.

Y mira que la labor de Lourdes Martínez como Mita es intensa, que la propuesta tecnológica con cámaras en directo es interesante, que Korazón Crudo tiene garra rapeando, que la sustitución del personaje del policía es inteligente y que la escenografía es interesante, aunque un poco desaprovechada con esos andamios móviles y los acuarios con peces y las pantallas y las proyecciones…

Pero el dichoso ritmo, ¡ay el dichoso ritmo! Torna en fallida una propuesta que, afortunadamente, acaba mejor de lo que empieza. Curioso, justo en el momento en el que el grafitero pinta mientras hay acción, mientras no interrumpe lo verdaderamente importante, cuando deja de ser el foco de atención y permite que el texto y la acción fluyan como el autor pretendía. Una pena.

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