Fecha: 25/07/2008
Teatro: Patio de Fonseca
Aforo: Lleno
Por lo menos, a mí me dejó con bastante ‘gusa’ de sustancia este De místicos y pícaros. Y no es que ‘El Brujo’ estuviera flojo. Estuvo como casi siempre encima de un escenario: en plan magnético. Oye, es salir y utilizar ese estilo peculiar para hipnotizar a un público que se entrega desde el primer momento a sus monólogos como si de una secta se tratase. Y eso lo hace de maravilla este gran actor que, en este caso, y a pesar de las carcajadas y aplausos unánimes, no acierta con un espectáculo pícaro, muy pícaro.
¿Por qué? Pues porque en realidad está trufado de textos unidos de forma inconexa por un hilo argumental que no es el libreto, la música o la dirección, es el propio actor, al que inmediatamente identificamos no como un místico, sino como un pícaro que tiene respuesta ante la adversidad siempre, sean cuales sean las circunstancias. Y Rafael Álvarez la tiene muy grande: la respuesta, digo. Permítaseme este chiste para ilustrar lo que acabo de decir. Gracias.
El argumento del montaje es flojo y destaca mucho más la anécdota simple, el brillante artificio, la improvisación ensayada que ya habíamos visto en sus anteriores montajes a la hora de sortear un jamón, por ejemplo, que los autores a los que homenajea y las cargas de profundidad que lanzan de por sí. Ni tan siquiera la loa al gran Fernando Fernán Gómez tiene mucho sentido en medio de tal revoltijo y guirigay.
Tanto que, al final y una vez que has aplaudido al actor, sales preguntándote qué es lo que has visto. Y, en realidad, si exceptuamos una gran demostración en el Guzmán de Alfarache, poco podemos decir de dos horas de montaje que, eso sí, se te pasan casi volando. Y es que sólo alguien como ‘El Brujo’ puede hacer un monólogo con menos sustancia que lo que malcomía Lázaro de Tormes y hacer que el público saliese ahíto sin haber degustado prácticamente nada. Al final, hambre.