martes, 28 de octubre de 2008

La tortuga de Darwin


Dirección: Ernesto Caballero
Fecha: 27/10/2008
Teatro: Auditorio de Caja Duero
Aforo: Lleno

Con razón

‘La gente habla y no tiene ni puñetera idea’, decía el viejo alcohólico que con un solo chato de vino se volvía emborrachar en el bar de la esquina. ‘No tienen ni puñetera idea’, repetía. ‘Ni puñetera idea’, cantaba como un mantra maldito. El camarero me contó que era profesor de historia, ‘de los buenos, de los que sí sabía de lo que va esto, pero ya ve… no sé qué le ha pasado. Y ahí lo tiene’.

Juan Mayorga sí tiene puñetera idea de teatro e ir a ver un texto suyo son palabras mayores. Y La tortuga de Darwin no iba a ser menos. Aunque, en honor a la verdad, tengo que decir que, por una vez, una actriz está por encima y le da lustre a una obra del autor de Hamelin o El chico de la última fila. Me refiero a Carmen Machi, cuya interpretación la reivindica donde tiene que hacerlo, encima de las tablas.

Y es que, aunque tiene escenas cuasi perfectas, hay momentos que carecen de fuerza dramática, sobre todo cuando aparece el personaje del doctor chiflado, y otras adolecen de cierta ingenuidad, pequeños chistes infantiles que lastran el ritmo. Eso por no hablar de una escenografía fea y canalla. Eso sí, tiene un gran mérito: el público imagina cómo va a acabar, pero el final es redondo.

No es que mi valoración esté lastrada por el hecho de que al ver la historia que cuenta este montaje he sentido un déjà vu que me recordó a Últimas palabras de Copito de Nieve, en el que también un animal ‘histórico’ nos juzga con lucidez y nos pone en lugar que nos corresponde. No es eso. La historia de la tortuga de Darwin, que ha evolucionado y se ha erguido sobre sus patitas traseras para contemplar el devenir europeo de los últimos doscientos años, es inteligente, interesante y muy acertada. Lo que ocurre es que el texto está bien, pero no está muy bien.

Y ahí es donde aparece Carmen Machi para hacer un alarde interpretativo con un personaje que es un bombón. De esos que si no los aprovechas... Pero no, ella hace de ese delicioso regalo que le ha puesto el autor entre las manos un verdadero banquete para el espectador e, imagino, para ella. Nosotros la aplaudimos largo rato. Y con razón.

sábado, 25 de octubre de 2008

Mi hijo y yo


Dirección: Ángel Fernández Montesinos

Fecha: 24-10-2008

Teatro: Liceo

Aforo: Tres cuartos


Una ñoñería


La imaginación lo es todo en esta vida. ¡Sin imaginación no se hubieran inventado tantas cosas! La rueda, la siesta, el submarino, la fregona, el chupa-chups, el trabajo, los helados de nata, el teatro… Tener imaginación te permite cualquier cosa, aunque sea ahí dentro. De ti mismo, me refiero.


El autor de MI hijo y yo, J. M. Barrie, también es el creador de Peter Pan, que ha dado lugar a miles de representaciones, películas y, por qué no decirlo, síndromes. Y lo que caracteriza esa pieza es la imaginación, los deseos y anhelos supremos de las personas por permanecer felices para siempre. Y miren por donde, la protagonista de la obra que nos ocupa es una soñadora, una mujer que, en medio de la Primera Guerra Mundial, prefiere imaginar y presumir de que tiene un hijo alto, guapo y fuerte, que lucha junto a sus compañeros del mejor regimiento británico del momento, a tener que enfrentarse a la realidad de una terrible soledad diaria. ¿El resultado? Una ñoñería.


Sí, sí no me miren así. Una ñoñería que puesta en escena sigue siendo… una ñoñería costumbrista (empezando por ‘los chistes’ y la excesiva moralina y terminando por el final absolutamente previsible) por mucho que María Fernanda D’Ocón defienda más que dignamente, junto a sus compañeras y compañeros de reparto, un texto lleno de pastel y beatitud infantil y vacío de interés teatral lo mires por donde lo mires. Y más si se fuerza tanto el punto de giro de la trama, cuando se encuentran por primera vez los falsos hijo y madre.


Jamás imaginé que iba a decir esto, pero lo mejor que tiene este montaje de Ángel Fernández Montesinos es que no tiene ningún argentino entre sus intérpretes, lo cual es un mérito en estos tiempos, y que no habla de la crisis financiera, no les digo más. Soñaré que el próximo montaje al que acuda sea bastante mejor. ¡Ojalá!

martes, 14 de octubre de 2008

La señorita Julia


Dirección: Miguel Narros
Fecha: 10/09/2008
Teatro: Liceo
Aforo: Lleno

Apuestas

Al final, todo se reduce a apostar por el negro o el rojo, a hacer la primitiva con los cumpleaños de la familia, ponerle siempre uno al Madrid o que digas que quieres una niña y resulta que te nace un niño más burro que un arado… Apuestas. De apuestas está llena la vida.

La señorita Julia es una apuesta personal de Miguel Narros, que la convierte en algo descarnado y absolutamente directo, huyendo de las sutilezas e invirtiendo los esfuerzos en soltar de sopetón al público que lo que vemos es lo que realmente hay en el texto, no lo que podemos intuir.

Y unas veces se gana y otras se pierde. En este caso, el hecho de que Narros nos ofrezca su peculiar visión de un clásico infinitamente revisado (¿cuántas veces habrá venido ya a Salamanca?) me parece interesante y valiente, empezando por la escenografía, que ya de antemano nos avisa de la degradación de la protagonista del montaje. Y otra, muy valiente y acertada es la elección del reparto, que defiende las tesis del director con uñas y dientes y está absolutamente entregado en cada segundo de las dos horas que dura el espectáculo.

A lo que yo nunca hubiera apostado es a hacer un comienzo contrario al espíritu de la obra. El teatro no hay que explicarlo si el texto, como en este caso, no lo necesita. Es más, alarga el montaje innecesariamente. Al igual que el ritmo de determinadas escenas, cuyo desarrollo afecta al conjunto de la obra, muy lento. E igualmente, no es necesario remarcar tan dramáticamente determinados problemas de los personajes porque cuando llegan los últimos diez minutos ya estás totalmente saturado. Y es que el texto tiene la suficiente fuerza como para no tener que subrayar artificialmente nada.

Pero bueno, son apuestas y Narros ha optado por la suya, en la que hay algunas cosas tan descarnadas que muchas veces provocan la risa del espectador, no sé si nerviosa o complaciente con lo que está viendo. Una apuesta valiente en la que unas veces el director pierde y otras gana. Como Raúl Prieto, una apuesta ganadora. Me juego lo que ustedes quieran.

viernes, 3 de octubre de 2008

30 grados de frío


Compañía: Teatro del astillero
Fecha: 02/10/2008
Teatro: CAEM Sala B
Aforo: Medio aforo

Intuiciones

A veces tengo la sensación de que va uno, por las inmensidades del universo embarrado y difuso que es la vida, como a ciegas. Sin saber qué le ocurre ni porqué. Sólo intuyendo lo que más o menos puede pasar si da un paso más. Una veces aciertas y las otras…

Intuyo por eso que 30 Grados de frío, de Teatro del astillero, tenía su aquel y yo no fui capaz de verlo. Intuyo que, a pesar de ser un texto teñido por la intrascendencia, el montaje se te pasa casi volando. Creo que el tratamiento del tema no ayuda mucho: el Duque de Osuna, un chapucero diplomático acompañado por su secretario, el responsable y futuro escritor Juan Valera, se instala en San Petesburgo, capital de Rusia en 1856, para establecer relaciones diplomáticas con el país de los zares. Pero, realmente no hacen nada excepto ir de fiesta en fiesta malgastando el dinero a manos llenas.

Intuyo que la escenografía tenía su sentido (quizás para reflejar el desorden de vida que llevan los protagonistas en Rusia) con tanto caos y tanta silla y tanto perchero. Y vislumbro ciertos rasgos de humor que el público apreciaba a ratos. Además, y esto no lo intuyo, sino que lo sé, la interpretación es de sobresaliente. Por la técnica, que es evidente, y por la defensa con uñas y dientes, sin miramientos, de los personajes que les han tocado en suerte a los tres actores en escena.

Vamos, que intuyo que la obra puede tener su interés, pero poco. Empieza sin un rumbo y unos objetivos claros y termina igual. Es decir, que no se sabe porqué nos cuentan la historia que nos cuentan.

Quizás, se puede decir que el mensaje es el de que España siempre ha sido como ha sido y eso no ha cambiado desde tiempos inmemoriales y que los españoles siempre hemos sido como hemos sido y eso no va a cambiar nunca. Pero eso ya lo intuimos todos, ¿o no?