Dirección: Miguel Narros
Fecha: 18/01/2008
Teatro: Liceo
Aforo: Lleno
Una lanzada
En el parisino y exquisito cementerio de Perè Lachaise están enterrados algunos de los más ilustres personajes de la vida francesa y mundial: Moliere, Edith Piaf, Baudelaire, Jim Morrison u Oscar Wilde. El “mausoleo” de este último, un bloque de granito precioso, se caracteriza porque muchos de los que por allí pasan dejan estampado un beso, su beso, de carmín, lo que le da un cierto toque de bohemia, elegancia, alegría y mucho sentido al entorno.
El beso de Judas, de David Hare (en versión de Nacho Artime), no ofrece nada de eso como homenaje a la azarosa e interesante vida del autor irlandés. Se hace larga, tediosa y, más que un beso, es una lanzada directa en el costado del sufrido espectador, al que le cuesta no desconectar de un montaje que cuenta lo mismo en el primer acto que en el segundo.
No hacen falta dos horas y media para presentarnos lo que se nos presenta. No hacen falta dos actos para repetir una y otra vez lo íntimamente traicionado por sus amigos que se ha visto el autor de La balada de la cárcel de Reading. Pero, sobre todo, no hace falta todo lo que vimos para señalar lo hipócrita de una sociedad que prefiere juzgar moralmente a un hombre por homosexual antes que darse cuenta de todos los cambios que están surgiendo en su azaroso devenir. Y, luego, terminar dos horas y pico de teatro (que se dice pronto) con un final, que para más INRI, está precipitado, poco claro y fuera de lugar. ¿Qué hace Wilde hablando al público al final? Me temo que decir lo que el autor quería dos horas y media después.
El resultado es el aburrimiento. Desgraciadamente, no ayudan en nada la escenografía, la iluminación y la interpretación del personaje del joven Bosie y del marinero Galileo. Bien Juan Ribó, en el rol de Robbie, y muy digno, aunque demasiado plañidero y por momentos histérico, Joaquín Kremel.
Poco más se puede pedir a un texto que, desde el principio, está condenado a dar vueltas sobre lo mismo, y que no cambia en nada desde el minuto uno al último. Lo siento, pero mi beso es para los espectadores, que se lo merecen mucho más.
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