domingo, 31 de enero de 2010

El jardín de los cerezos


Compañía: Rayuela
Fecha: 30-01-2010
Teatro: Liceo
Aforo: Lleno

Los que no van

La pregunta no es si un texto teatral sigue vigente hoy en día. La pregunta es si lo que tienes delante de los ojos te gusta o no, tiene fuerza o no, te llega o no, lo entiendes o no, te aburre o no.

Partiendo del hecho de que para mí El jardín de los cerezos, de Anton Chejov, sí está vigente, puedo decir que este montaje que Rayuela ha hecho del dramaturgo ruso es absolutamente contradictorio, intermitente, por momentos muy aburrido y, por momentos, intenso, aunque eso sí, fiel a la idea teatral que ya se veía en esta compañía en Manuscrito-408.

Si en aquel montaje, se pretendía reflexionar desde la estética y las TIC sobre la saturación informativa con proyecciones y una iluminación atractiva con un texto propio, en esta ocasión se intenta obtener una lectura actual de la crisis económica desde un texto clásico. Por eso tiene sentido hacerlo ahora: una clase dominante anticuada, reaccionaria y llena de añoranza se despedaza dejando paso a otro tipo de burguesía más práctica. Ahora es lo mismo. Las claves para unos y otros son las mismas: unos que no quieren ver que están abocados a su desaparición si no cambian el modelo de negocio y otros que ven su oportunidad e intentan aprovecharla. La renovación.

Es curioso, pero el espectador salía de los dos montajes de Rayuela con la sensación de haberse aburrido. Y eso que con el texto de Chejov, la compañía vallisoletana consigue verdaderos momentos de intensidad emocional y dramática y de que la interpretación de Carlos Pinedo, como Lopajin y Yasha, es sensacional, incluso su idea, un punto canalla, de hacer que la terrateniente Liuba Adreievna sea una alcohólica, drogadicta y casi macarrilla protagonista, es atrevida e interesante.

Pero no. El montaje resulta aburrido, quizás por los repetidos finales que tiene, quizás por su saturación de proyecciones y efectos, quizás porque se queda en muchas ocasiones en la estético, en la búsqueda de lo sensorial, y adolece de rigor narrativo interno y, ante todo, de ritmo. Quizás porque no sabe a quién se está dirigiendo, si a los que se niegan a ver el futuro o a los que sólo aborrecen del pasado, como si de él no se pudiera aprender nada. Y eso es lo peor, los que no van hacia adelante ni hacia atrás. Los que no van.

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