Compañía: Centro Dramático Nacional
Fecha: 17-01-2009
Teatro: Liceo
Aforo: Tres cuartos de entrada
Fecha: 17-01-2009
Teatro: Liceo
Aforo: Tres cuartos de entrada
Sin vocear
Uno está convencido de lo que está convencido y el que no lo está… pues no lo está, ¿no? Por eso, constantemente, me reafirmo en que el teatro, en el sentido de componer y representar obras dramáticas, se basa en un buen texto y en unos buenos actores. Sin eso no hay nada, y el que crea lo contrario… cree lo contrario.
En Sí, pero no lo soy uno tiene la sensación de que el Centro Dramático Nacional ha apostado con este montaje precisamente por esa línea. El texto de Alfredo Sanzol, a pesar de ser sofisticado en algunos aspectos, como la finura afectadamente intelectual y complicada que destila en algunas escenas, acaba siendo una unidad que funciona bien. Y eso que podría haber naufragado en los escollos del absurdo y la repetición temática aburrida y plomiza.
Pero, no lo hace. Al final, fluye como un todo y el espectador respira porque certifica que lo que ve no es una mera sucesión de escenas imaginativas y más o menos graciosas –geniales la de San Fermín y la de la familia argentina-, es una propuesta unitaria y, afortunadamente, nada pretenciosa ni gritona.
Eso es intencionalidad calculada y estudiada, según mi punto de vista, puesto que es un reflejo de lo que pretende el autor, según leemos en el folleto explicativo del espectáculo, ya que indica que quiere ‘profundizar en la línea de investigación…, sobre todo en lo que se refiere al problema de la identidad, de la personalidad y al conflicto que se plantea entre lo fragmentario y la tendencia a la unidad’. A todo esto ayudan una dirección ajustada y nada chirriante, una selección musical elegida con mucha cabeza y la escenografía y el juego de luces unidas con un objetivo común.
A la vez, los actores dan una lección de dicción encima de un escenario. Todo está bien interpretado, los movimientos, las coreografías, las intenciones, los tonos, las emociones, los contrastes, los monólogos, los gags, el ritmo que tienen algunas escenas, los diálogos cortos y, a veces, fríos y cortantes… Pero, sobre todo, el texto está muy bien dicho y proyectado, con mucha limpieza y pulcritud. Y todo ello sin vocear, ¡que no hay necesidad de gritar para vocalizar! Toda una lección. Y el que piense otra cosa diferente… pues que piense otra cosa diferente. Pero que no grite, por favor.
Uno está convencido de lo que está convencido y el que no lo está… pues no lo está, ¿no? Por eso, constantemente, me reafirmo en que el teatro, en el sentido de componer y representar obras dramáticas, se basa en un buen texto y en unos buenos actores. Sin eso no hay nada, y el que crea lo contrario… cree lo contrario.
En Sí, pero no lo soy uno tiene la sensación de que el Centro Dramático Nacional ha apostado con este montaje precisamente por esa línea. El texto de Alfredo Sanzol, a pesar de ser sofisticado en algunos aspectos, como la finura afectadamente intelectual y complicada que destila en algunas escenas, acaba siendo una unidad que funciona bien. Y eso que podría haber naufragado en los escollos del absurdo y la repetición temática aburrida y plomiza.
Pero, no lo hace. Al final, fluye como un todo y el espectador respira porque certifica que lo que ve no es una mera sucesión de escenas imaginativas y más o menos graciosas –geniales la de San Fermín y la de la familia argentina-, es una propuesta unitaria y, afortunadamente, nada pretenciosa ni gritona.
Eso es intencionalidad calculada y estudiada, según mi punto de vista, puesto que es un reflejo de lo que pretende el autor, según leemos en el folleto explicativo del espectáculo, ya que indica que quiere ‘profundizar en la línea de investigación…, sobre todo en lo que se refiere al problema de la identidad, de la personalidad y al conflicto que se plantea entre lo fragmentario y la tendencia a la unidad’. A todo esto ayudan una dirección ajustada y nada chirriante, una selección musical elegida con mucha cabeza y la escenografía y el juego de luces unidas con un objetivo común.
A la vez, los actores dan una lección de dicción encima de un escenario. Todo está bien interpretado, los movimientos, las coreografías, las intenciones, los tonos, las emociones, los contrastes, los monólogos, los gags, el ritmo que tienen algunas escenas, los diálogos cortos y, a veces, fríos y cortantes… Pero, sobre todo, el texto está muy bien dicho y proyectado, con mucha limpieza y pulcritud. Y todo ello sin vocear, ¡que no hay necesidad de gritar para vocalizar! Toda una lección. Y el que piense otra cosa diferente… pues que piense otra cosa diferente. Pero que no grite, por favor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario