lunes, 21 de abril de 2008

Hay que purgar a Totó


Dirección: George Lavaudant
Fecha: 18/04/2008
Teatro: Liceo
Aforo: Dos tercios

Terminar

Hay algo en los infiernos personales que nos atrapa y no nos deja salir. Es como si quisiéramos huir de allí, pero nos diera morbo mantenernos en esas situaciones tan escabrosas. Es la neurosis de la vida diaria. La paranoia contradictoria de la enfermedad que nos asola.

Hay que purgar a Totó, de Geroges Feydeau, me dejó con esa misma sensación: no me gustó, pero sí. Es más, al salir del teatro dije que no, pero esta mañana, después de haber dormido y tener cuatro o cinco pesadillas, he comenzado a dudar.

Me gustó por la interpretación de los actores, que están todos muy bien, o por la dirección, que se ajusta perfectamente al espíritu del texto. Es más, me encanta la escenografía. Muy kafkiana (las puertas parecen las de El proceso), transmite a la primera, nada más abrirse el telón, todo lo que el autor quiere reflejar: un mundo agobiante, una familia de clase casi alta, en apariencia feliz, pero destrozada por el cáncer de la falsa comunicación y las buenas apariencias. Incluso ese tema, el de la comunicación, está bien tratado, con un lenguaje muy preciso y agobiante, y unas frases repetitivas, ansiosas y delirantes. Y el niño, interpretado por un adulto, es un acierto.

Pero es el texto, precisamente, lo que me produjo esa contradicción neurótica que me impide decir que salí contento de lo que vi. Y es que, desde mi punto de vista, la obra gira descaradamente en torno a una escena. Denota en exceso que se ha escrito alrededor de la parte en la que aparece la figura de Totó, el niño cabrón y maleducado que trastoca todas las firmes creencias y rutinas en las que se basa nuestro mundo particular, otro castigo más a nuestra estulticia snob. Todo al final se convierte en un gag que traiciona el espíritu paranoico de la obra.

Todo lo demás, incluido el principio, es repetitivo, muy redundante. Aunque ahora que lo estoy pensando, yo también lo estoy siendo ahora y como cualquiera me conozca, incluido mi psiquiatra, sabe el desastre de persona que soy, pues qué quieren qué les diga: escribir esto ha sido un infierno en el que se abren pequeñas y grandes puertas, pequeños abismos que me ponen muy nervioso y que requieren que termine mi crítica de la única manera que sé. Menos mal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nunca te pense como un desastre de persona, más bien todo lo contrario (siempre tan organizado...), pero supongo que no te conozco.