lunes, 23 de marzo de 2009

La vida es sueño


Compañía: Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid
Fecha: 21-03-09
Teatro: Liceo
Aforo: Lleno

Futurizar

Es lo que tiene La vida es sueño, que escuchas el Ay mísero de mí y ya sabes, más o menos, lo que te vas a encontrar el resto de montaje. Y me gustó mucho cómo lo dijo Fernando Cayo, al igual que el resto de los tres monólogos que Calderón pone en boca de Segismundo para explicar cómo evoluciona el personaje en cada uno de los tres actos. Gran acierto que este sobresaliente actor lo interprete. Se adecua a la perfección a la versión física, primitiva, agresiva, militar y, me atrevería a decir, oscura y futurista que nos propone el director.

Casi todo está muy bien: la interpretación, la iluminación, la escenografía y el vestuario, muy militar, muy adecuado a lo que el director nos cuenta. Porque ese es el secreto: el director reinterpreta el clásico de Calderón y nada chirría. Es más, al ‘futurizar’ la acción nos demuestra que los buenos textos son universales e intemporales, nos está diciendo que los dilemas, las dudas, estuvieron, están y estarán ahí siempre, pero que hay esperanza, como la luz a la que se asoma Segismundo en la torre, muy importante en este montaje.

La trama queda bien explicada, todo está perfectamente definido con una dirección tremendamente marcada, estudiada y neurotizada, muy adecuada a lo que vive Segismundo y lo que vivimos todos ahora. El movimiento en escena cobra especial protagonismo y sale airoso del envite, quizás porque está medido al milímetro para dar la sensación de control, dentro del descontrol que sufre el atormentado protagonista. Y lo hace con mucho respeto porque juega a lo físico, pero con normas y códigos que el espectador entiende.

Por poner un pero, creo que olvida la calidez de los sentimientos, la carnalidad que, desde mi punto de vista, tiene la propuesta calderoniana y se centra en demasía en la intelectualidad que emana de su mensaje, lo cual lo hace algo frío.

No obstante, el montaje gusta mucho, es ágil, hipnótico, inquieta al público y tiene personalidad, cosa que todos agradecimos al final con un aplauso sincero: a la propuesta, al elenco y, cómo no, a Fernando Cayo, un actor que a Calderón le hubiera gustado para Segismundo.

viernes, 20 de marzo de 2009

Posdata: tu gato ha muerto


Dirección: Enrique Culebras
Fecha: 19-03-09
Teatro: Liceo
Aforo: Tres cuartos

Indignante

No sabía que había vuelto a programarse el Certamen de Teatro Lauro Olmo y que, además, se representarían las obras participantes en el Liceo. Ya les gustaría a muchos haberlo hecho en aquella época. Lo digo porque parece que el montaje que vimos el Día del Padre en este respetable teatro salmantino más bien parecía que optara al primer premio de esa añorada muestra en vez de ser una obra profesional y con entidad suficiente. Y, amigos, eso hay que avisarlo.

Empezando por la escenografía, horrorosa y cutre, que ya te anuncia lo que te vas a encontrar, siguiendo por una dirección plana y absolutamente infantil y siguiendo por una interpretación algo menos que naturalista (por decir algo), Posdata: tu gato ha muerto es el claro ejemplo de lo que un programador nunca debe llevar a ningún teatro. Un tropezón lo tiene cualquiera, pero el prestigio de un espacio escénico se va al traste por la suma de algunos traspiés como éste.

Basada en una novela de James Kirkwood, esta historia, la de un actor cuya novia le deja en Nochevieja, justo el mismo día en el que su gato muere, le despiden de los dos precarios trabajos que tiene y le entran a robar por tercera vez, queda machacada desde la primera frase, desde el primer momento en que se encienden las luces. Escenas como la pelea entre el ladrón, que unas veces habla con acento de Valladolid y otras en andaluz de los hermanos Quintero, y el actor en paro son indignantes.

Es más, si en el texto hay cosas que pueden dar juego, como el retrato del mundo actoral o como el de la homosexualidad del ladrón, lo que podría dar lugar a que el protagonista se planteara su propia tendencia o visión del mundo, este montaje se encarga de anularlas totalmente y, me atrevería a decir, de estropearlas confundiendo al sufrido espectador. No se puede hacer una lectura de un texto como si estuviésemos en un grupo de teatro de un colegio: superficial, frívola e indignante.

El estreno era absoluto, y el fracaso, ¿me temo?, también. Lo dicho: indignante.

martes, 17 de marzo de 2009

Arizona


Dirección: Juan Carlos Rubio
Fecha: 14-03-09
Teatro: Liceo
Aforo: 1 tercio

Trileros

‘Las palabras pueden volverse en tu contra… incluso las más hermosas. Pueden hacerlo como un boomerang’. El teatro son palabras que conforman un texto y que puesto en boca de unos actores, que son los que tienen la última palabra, se presenta al público, que también tiene la última palabra. El hecho de que este acto de comunicación funcione o no depende de algo etéreo, de un misterio.

En Arizona, de Juan Carlos Rubio, no funciona demasiado bien a pesar de que el texto, las palabras, están milimetradas y pensadas hasta la neurosis y de que quien dirige es el propio autor, lo cual se nota en la dirección de los autores a la hora de decir las palabras que él mismo ha escrito, sobre todo el personaje de George, que recita como en una nebulosa ensoñadora, la nebulosa imaginativa del escritor. Puede que leído funcione, pero encima del escenario queda poco menos que como una insulsa anécdota.

Y quizás sea eso lo que ocurre: que, en vez de ver teatro, lo que escuchamos fue un discurso de esos encubiertos. Un discurso bienintencionado, eso sí, sobre las fronteras y el racismo, pero, en definitiva, un discurso moral. Y eso no es teatro. Teatro es contar una historia y decir las cosas sin que se noten.

Y es que la historia de ese matrimonio en la frontera de México que vigila para que no pasen inmigrantes ilegales, esas dos personas que están ahí para ‘dialogar con sus vecinos’, no es tal, desde mi punto de vista, es una historia sobre el miedo a uno mismo, o si se prefiere, sobre las fronteras interiores. Y eso equivoca, porque te dice una cosa y hace la otra como un trilero. Y a los trileros hay mirarlos y, si acaso, aprender, no jugar a su juego.

Y no es que la obra sea aburrida, está en la frontera. Es más, Aurora Sánchez, en el papel de Margaret, lo hace realmente bien, quizás porque no está tan encorsetada. Además, el comienzo en el que los protagonistas se crean su frontera de decorado estilo Hollywood es una gran idea. Lo que pasa es que se nota demasiado lo que quiere decir, peca de intelectual y no deja en absoluto nada para que el espectador piense. Y eso no lo salva, ni tan siquiera, un final truculento, pero poco real o, cuando menos, acelerado y demasiado irreal para ser verdad.