lunes, 25 de febrero de 2008

En la Toscana


Compañía: Teatro de Cataluña
Fechas: 23/02/2008
Teatro: Liceo
Aforo: Media entrada

Neuróticamente obsesivo

Llaman la atención del escenario de En la Toscana, primero que el techo está muy abajo y es un poco claustrofóbico y, segundo, que la parte de atrás es un espejo en el que se ve reflejado el público. Los actores interpretan con las mismas caras que les miran por delante y por detrás. Un poco neurótico, pero indicativo. Creo que Belbel acierta en ese sentido.

Esta propuesta es un fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos ahora mismo y, por esa misma razón, creo que el catalán ha creado un montaje que oscila entre la perfección formal y estética y la fría pretenciosidad seudointelectual, aunque yo me quedo con que el montaje es frío y artificioso, pero muy interesante. Quizás, tanto cambio de escena, tanto oscuro perjudica el ritmo y acaba por poner nervioso al espectador, que espera ansioso una escena de más de tres minutos.

Por lo demás, este texto tiene todas las características de Belbel, que es el autor español que mayor importancia le da a un simple “¿Qué?”. Frases cortas y aparentemente inocuas, preocupación por los temas habituales del teatro moderno, pero desde la intelectualización de la psicología: el paso del tiempo, la muerte, etc., análisis de las relaciones personales como ejemplo y núcleo central de la existencia y personajes que no sabrían qué hacer con un camping gas porque son inmaduramente intelectuales. Resultado: un montaje hedonistamente masturbatorio, neuróticamente obsesivo, estéticamente cuidado y egoísticamente urbano hasta la extenuación.

No le interesa a Belbel hablar de las bondades del ser humano sencillo y tranquilo que sale a trabajar todas las mañanas para ganarse el pan con el sudor de su frente. Le interesa reflejar al tipo que piensa y lo hace en demasía. Al egoísta que no es capaz de ver en los demás lo que le puede estar ocurriendo. Al hombre del siglo XXI en Europa. A la persona que se desequilibra con cualquier pequeña gilipollez porque no tiene ni quiere otra cosa que hacer.

Mención aparte merecen los intérpretes, dirigidos con precisión y con una sonoridad musical en su interpretación vocal que destaca por encima de cualquier otra cosa. Otro ejemplo de lo que el director prentende. Todo es muy estético incluidos los sonidos.

Y eso es de lo que se trata, de que nos demos cuenta de que todos somos hedonistas, urbanitas, pretenciosos, egoístas y artificiosos en nuestras vidas. Igual que la obra, que por cierto, no tendría sentido fuera de Europa y eso, amigos míos, a veces es una ventaja y a veces una pretenciosidad como un piano.

martes, 19 de febrero de 2008

Collioure. Último viaje de Antonio Machado


Dirección: Ginés Sánchez
Fecha: 16/02/2008
Teatro: Liceo
Aforo: Lleno

Aburrida

Tengo yo un amigo soltero que tuvo una novia que era una joya. Guapa, inteligente, con un buen trabajo y un gran sueldo… Nadie nos explicamos el porqué un día la dejó ni corto ni perezoso. Hasta que, durante unas vacaciones, le pregunté en una terraza qué fue lo que le llevó otra vez a la soledad y la soltería de barra de bar. La respuesta, que yo esperaba compleja y llena de excusas inmaduras y medias verdades, fue de lo más escueta e inesperada: “No me gustaba, ¿qué quieres que te diga?”. Y ahí se acabó la conversación.

No me ha gustado este Collioure, de Marco Canale y dirigido por Ginés Sánchez. Me ha aburrido. Y eso que lo tiene casi todo: una historia que todos conocemos, el último y triste viaje del gran Antonio Machado; unos más que dignos intérpretes; los poemas de don Antonio; una dirección que se nota estudiada y con un objetivo muy marcado desde la primera escena; una iluminación en consonancia con el espíritu trágico de la obra y una escenografía muy interesante, si exceptuamos las tres puertas, que parecen estar ahí toda la obra esperando a brillar en dos escenas bellas, sobre todo en la que Machado va a ver el mar.

Están muy bien Charo Soriano y Francisco Vidal. Es muy importante y sano que recordemos lo que le ocurrió al gran poeta y a su familia, a toda España. Son maravillosos algunos de los poemas con que nos deleita Antonio Medina. La escena inicial y la del mar son bellas y, hasta cierto punto, conmovedoras. El aplauso del público, largo y cálido, parecía sincero, igual que el gran esfuerzo de los actores. Todo indica que no existe un porqué claro para mi percepción.

“Y entonces, ¿qué?”, me preguntaba en un bar un amigo, después de ver este montaje. “¿Por qué no te ha gustado?”. “Pues nada, oye, que a mí me ha parecido aburrida por demasiado afectada y sentimental”. Y ahí se acabó la conversación. El pidió una caña y yo una copita. Y hasta ahora, que escribo este artículo y creo que me voy a quedar soltero para toda la vida.

domingo, 17 de febrero de 2008

Dirección gritadero



Dirección: Rosa Morales
Fecha: 14/02/2008
Teatro: CAEM Sala B
Aforo: Tres cuartos de entrada

Cabinas

“La sociedad está afónica”, me decía un amigo hace poco. “O grita y no la escuchamos”, decía otro. La tercera posibilidad nos la plantea Guy Foissy con su Dirección Gritadero. Tres mujeres esperan un autobús que las va a llevar a un “gritadera”, lugar destinado por las autoridades de un país o un mundo ficticios para desahogarse. En el resto de lugares públicos y comunes está prohibido.

Es irónica toda la obra y está en consonancia, desde mi punto de vista, con Un mundo feliz, de Aldous Huxley, por sus expresiones y forma de describir la sociedad en la que viven. Prohiben gritar en público, pero ofrecen la posibilidad de hacerlo en privado y solito, en unas celdas muy monas y acolchadas. Sin posibilidad de compartir la experiencia. Te ponen el caramelo en la boca y luego te lo quitan. Una retorcida y oscurantista forma de tortura. Porque, además, el autobús, como un Godot hípercruel, no llega y, cuando lo hace, no para. Ya nada sirve. Ni tan siquiera los gritos, que ¿sirven para algo? Esa es la cuestión.

Y a pesar de ese mensaje, el montaje me parece luminoso, original, sencillo y potente. Con rasgos de humor ácido y casi negro. Contado con mucha bilis surrealista y absurda. Respira rebeldía por los cuatro costados, tanto de las tres actrices, que están muy contenidas (¡Ay, si no fuera por las equivocaciones y los trastabilleos constantes de alguna de ellas!), como por la música, que, de manera inteligente, pone el contrapunto a lo desolador de la obra, y por la dimensión total del montaje: pequeñito, pero matón. La dirección acierta, sobre todo en la conjunción serena y nada estridente de esos elementos.

El grito como expresión de la desesperanza, de la frustración, del dolor de la soledad a la que nos someten y nos sometemos. Como metáfora de la comunicación o de lo contrario, vamos. Luego, cada uno que piense por lo que quiere gritar, que son buenas fechas para hacerlo y, además, metidos en cabinas, no acolchadas, pero quizás más importantes. Háganlo.

viernes, 15 de febrero de 2008

Comunicado del Grupo de Dirección del Gran Café Teatro de la Vega


Ante las manifestaciones públicas efectuadas por don Juan Francisco Blanco, en las que afirma que los responsables del Gran Café Teatro de la Vega “deberían arriesgar más”, tenemos que manifestar lo siguiente:

No entendemos el sentido del concepto de “riesgo” que utiliza el Sr. Blanco cuando habla de nosotros, que arriesgamos continuamente cada vez que abrimos el telón, o si quizá, como parece deducirse, ese concepto, en sus declaraciones, está referido a la naturaleza o estructura del espectáculo que, así, le parecería “poco arriesgado”.

El riesgo, si se entiende como apuesta de innovación, estreno, diferencia o novedad, está presente en todas y cada una de las ediciones del Gran Café Teatro por parte de todos y cada uno de los artistas que en él participan. Si, por el contrario, el “riesgo” a que se refiere el responsable de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura alude a la fórmula escénica del Gran Café Teatro, a su ámbito de representación o al “grupo base de artistas” que participan en todas las ediciones, que es lo que permanece a lo largo de los años, nos duele especialmente vernos tachados de conformistas, repetitivos o conservadores de una fórmula, pues es precisamente esa fórmula, de extraordinaria dificultad para mantenerla, de vivacidad y actualización permanente, creativa en sí misma, la que propicia, precisamente, la complicidad renovada en cada función, y es ese ambiente, esa renovación constante y ese grupo de artistas los que han definido y definen al Café Teatro y los que han posibilitado su constante éxito de público, con la realización de un esfuerzo continuado de mantenimiento y mejora de una fórmula escénica lúdica, cultural e identificadora de la ciudad, que, precisamente por ese esfuerzo, por ese constante riesgo de innovación y actualización, cuenta con el respaldo de un público renovado en cada edición y de un número creciente de personas que, deseándolo, no pueden, por falta de funciones, acceder a él.

Si el “delito” consiste en haber consolidado una fórmula exitosa, -que es lo que persiguen, sin conseguirlo, muchas iniciativas en toda la geografía española, y también aquí-, entonces la constatación de nuestra historia, de los años de llenos asegurados, de los esfuerzos iniciales durante lustros para poner en marcha y presentar redonda esta idea sin apoyo de nadie, el reconocimiento de artistas en todos los niveles, con un espectáculo pensado, hecho y realizado en Salamanca, irrepetible, envidiado en muchos lugares e imitado en otros, sólo puede reconocerse como un logro que merecería alabanzas y reconocimiento más que comentarios desdeñosos y, que merece, por supuesto, un apoyo constante para su mantenimiento.

No estará de más recordar que el Gran Café Teatro se inició, y funcionó durante muchos años, con el esfuerzo desinteresado de quienes entonces participaban en él, que proveyeron al entonces vetusto teatro de La Vega, casi en ruina, de los medios mínimos de iluminación, accesibilidad y confort que fueron permitiendo que se convirtiera en un espacio hoy reconocido, y utilizado, como teatro. Que el material que fue adquiriéndose con el esfuerzo de los artistas ha quedado a disposición y en propiedad de la Asociación de Vecinos del barrio y, por ende, de la municipalidad; que por el Café Teatro han pasado casi dos centenares de artistas de todo tipo, algunos hoy con proyección nacional e internacional, que hicieron del escenario de La Vega su laboratorio de inicio y donde dieron sus primeros pasos artistas hoy consagrados en múltiples disciplinas, con los que todavía hoy compartimos escenario; que los organizadores del Gran Café Teatro no han estado nunca cerrados a representar el espectáculo en otro ámbito que pudiese albergar un mayor número de espectadores, al tiempo que cumpliese con las mínimas exigencias de la particular configuración y lenguaje del espectáculo (eso tan indefinible que propicia la comunicación y que convierte al continente en parte sustancial del contenido); que el Café Teatro ha estado, y está, abierto a todo tipo de participaciones de “calidad” –o, si se quiere, de renombre-, como queda patente en cada edición, y que es únicamente la limitación económica la que impide la participación de artistas de superiores cachets que servirían, en todo caso, sólo para aumentar la respuesta mediático-informativa; que la participación en el Gran Café Teatro de La Vega significa para una gran parte de colectivos y artistas, una preferencia sobre otras actuaciones y compromisos, como se viene demostrando edición tras edición, y que el Gran Café Teatro sigue sirviendo, y de qué modo, como plataforma de lanzamiento de artistas y colectivos, no sólo teatrales o musicales, sino también de otras disciplinas.

Que somos conscientes de que en el ámbito de la cultura, como en cualquier actividad que implique creación, no existen fórmulas generales para la valoración y que la disparidad y heterogeneidad de los gustos personales sólo permite que sea la respuesta de público el elemento con que pueda juzgarse la aceptación de la validez, y que el Gran Café Teatro está recibiendo, función tras función, año tras año, un inequívoco y masivo apoyo y respaldo en ese sentido.
Y, finalmente, al tiempo que agradecemos el apoyo que la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura presta a este espectáculo, rechazamos frontalmente la “acusación” de inmovilismo o conservadurismo artístico; opinamos, no obstante, que la demanda cultural ha de ser una variable capital a la hora de configurar las programaciones públicas, sin despreciar otras consideraciones que sin duda tendrán peso en quienes tienen la responsabilidad del suministro cultural; creemos que la expectación, la expectativa, la fidelidad, la opinión de los espectadores, la misma demanda y la constatación del éxito, como sucede con todas las fórmulas cuya consolidación no debiera nunca confundirse con el adocenamiento sino con el mérito de la aceptación permanente, son valores primordiales a la hora de programar y difundir un hecho cultural y no, paradójicamente, motivos para su menosprecio; valores, desde luego, mucho más profundos, reales y palpables que las campañas propagandísticas y mediáticas sobre un espectáculo, un nombre, una intención, una localización o una efeméride; que las propuestas que efectuamos en cada edición del Café Teatro, y ahí están los espectadores para certificarlo, son arriesgadas como cualquiera pero basadas en la calidad contrastada, el trabajo constante, la experiencia, la formación, la calidad, la historia y la creciente demanda en taquilla; y que sirve también, si necesario fuese encontrar una justificación del uso de los fondos públicos, para mostrar la voluntad de superación, el orgullo de lo propio, no por propio sino por bien hecho y, por qué no decirlo, la contrastada calidad de los artistas del Gran Café Teatro, donde la programación cultural de Salamanca tiene una de sus mejores garantías.

MARIBEL IGLESIAS,
ÁNGEL GONZÁLEZ QUESADA,
MIGUEL MARTÍN.
Grupo de dirección del Gran Café Teatro de La Vega.

martes, 5 de febrero de 2008

Máx Teatro


En el momento decisivo nadie dice no. A todos nos gusta el reconocimiento y el boato, por mucho que alguno se niegue a reconocerlo. Y los premios Max son eso. Mucho más sencillitos que otras ceremonias, incluidas las que preside el Cardenal Cañizares en la catedral de Toledo. Ya les gustaría a productores y escenógrafos contar con semejantes medios, eso sí, con otros resultados más… A lo que iba, que esto de la Iglesia me enerva la sangre y luego me llaman sacrílego, matacuras o cualquier otra lindeza del santoral de los tiempos pretéritos. Pues eso, que los Max también son premios y los premios premios son.

Lo confieso, no he tenido oportunidad de ver una de las grandes obras en liza, Un enemigo del pueblo, pero he de decir que a mí me gustó mucho el Marat Sade de Animalario y que, por tanto, no puedo decirle nada a los santos varones que la han designado como mejor espectáculo de teatro de 2007.

Y, además, que tengo yo debilidad por otro de los premiados, Juan Mayorga, de quien creo que está entre los mejores dramaturgos de los últimos años. Un autor como la copa de un pino: universal, actual y sólido, que cuenta los problemas que a mí y a todo el mundo preocupan con lucidez, víscera y tensión y, para más INRI, domina la carpintería, la tripa teatral con soltura. Lo de El chico de la última fila es lo normal, lo que debía suceder y ha sucedido. Es de esos tipos que hacen que te den ganas de ponerte a escribir en cuanto llegues a casa, si es que no se interpone algo por el camino, claro. Otra cosa es que luego te salga.

Por lo demás, la gala me pareció irónicamente poco teatral y algo aburrida (lo que vi, que no me enganchó demasiado). Y ya está, que esto empieza a quedarme largo y, la verdad, no me apetece aburrirles con un sermón de misa de doce. ¡Máx teatro!

sábado, 2 de febrero de 2008

¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?


Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente

Fecha: 01/02/2008

Teatro: Liceo

Aforo: Media entrada


Con dos narices


Estaba yo tomando una copita en el British Museum con Campo, Teresa y… ¡vaya!, nunca me acuerdo de cómo se llama, y me puse a pensar en el bueno de Edgar Allan Poe y su delirium tremens. No es que me dé por ahí todos los viernes por la noche, pero el montaje que acababa de ver hacía unas horas me empujó a ello. Vaya por delante que me gustó ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, de Alfonso Sastre. Y lo hizo porque es una apuesta arriesgada, de esas que no suelen gustar al público, pero deberían hacerlo. Valiente, en definitiva.


Lo cierto es que, a lo mejor estoy escribiendo una herejía, pero creo que está en la mejor tradición Vallenclinesca. Me explico. Siempre que asisto a un montaje de Luces de Bohemia, cierro los ojos y escucho. Y oye, ¡qué texto! Pues con esta obra me ocurrió lo mismo. Es más, creo que entre Sastre y Pérez de la Fuente han convertido a Poe y a su colega, el transeúnte marginal, en Max Estrella y Latino de Hispalis. Y eso es un mérito, teniendo en cuenta que el bueno de Max es ya un hito, un bohemio como ya no quedan, un espejo, cóncavo, pero espejo en el que mirarse.


Lástima que la escenografía no acompañe por una mera cuestión de afinidad con el texto. Está bien, pero sólo el elemento giratorio central. Todo lo demás, digno de mencionarr: Chete Lera, Zutoia Alarcia y Camilo Rodríguez están muy dirigidos y responden; la iluminación oscura y laberíntica refleja el angustioso e inevitable final al que se enfrenta el protagonista sin poder remediarlo; las referencias a la religión, la política y el destino son valientes y tienen algo de neuróticas y obsesivas, lo cual a mí me excita inevitablemente; el humor interno que reflejan algunas partes del texto me cosquillea y la duración es la correcta.


Y eso es lo que pensé mientras me terminaba mi copita. Ahora, lo difícil es titular este artículo con resaca, pero tampoco importa, porque si hay algo que me ha enseñado este montaje es que hay que ser valiente en la vida y así lo voy a escribir en la primera línea y centrado. Con dos narices.