miércoles, 5 de noviembre de 2008

Don Juan Tenorio


Compañía: L’Om-Imprebís
Fecha: 04/11/2008
Teatro: Auditorio de Caja Duero
Aforo: Lleno

Equilibrio

Tom Waits, Nick Cave, Rolling Stones, Neil Young, Bob Dylan… Los clásicos tienen eso, que se pueden reinventar a sí mismos, que haciendo lo mismo suenan diferente. Y en el teatro pasa lo mismo.

Y si no, fíjense ustedes en el Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, que es uno de esos claros ejemplos. Si los reinterpreta una compañía con criterio y sensatez te hacen un montaje de dos horas y media que se te pasa en un abrir y cerrar de ojos. Y es que este montaje de L’Om-Imprebís está perfectamente dirigido por Santiago Sánchez, quien imprime el ritmo justo a cada escena y sabe captar, junto al actor Nacho Fresneda, la esencia de Don Juan, un personaje canalla, crápula, vividor y geta, muy alejado de otras concepciones almibaradas, maquilladas, metrosexuales y partidistas. Mención especial merece Trinidad Iglesias, excelente en su papel de Brígida.

Además, y lo más importante, la historia y su trasfondo quedan claros, tanto en la forma de explicarlos narrativa y filosóficamente. Y eso se consigue gracias a un interesante juego de luces, casi todas las escenas pergeñadas por Zorrilla trascurren de noche, y una escenografía que funciona fundamentalmente a partir de la primera hora de montaje, una vez que te acostumbras a los crujidos que hacen las pisadas de los actores.

Y un pequeño detalle, el cual agradezco personalmente. El personaje de Ciutti no es un tipo andaluz con gracejo que cada vez que habla intenta hacer un chiste hasta con las pestañas. Es lo que tiene que ser un criado que se busca la vida y que sabe que jamás estará delante de su señor. Lo que ocurría en aquella época.

Vamos, que en esta revisión donjuanesca la compañía acierta al dejarse llevar por la propuesta, lo suficientemente potente de por sí, y no propone alambicamientos externos que lo único que hacen es enredar. Alcanza el equilibrio, y eso el espectador lo nota, entre el realismo, lo tenebroso, lo romántico, lo espiritual y lo sobrenatural que contiene la obra con una sencillez digna de elogio y poco propia de estos tiempos, en los que quien más quien menos pretende dejar huella, aunque sea a base de hacer el ridículo.